miércoles, 19 de octubre de 2011

El hambre y las ganas de votar


Por Francisco Anselmi y Magalí Botta

En Argentina, el voto es individual, secreto y obligatorio. Sin embargo, las personas mayores de 65 están exentas de esta responsabilidad. ¿Cuáles son las diferentes posturas frente a este dilema? Desde quienes lo hacen como una obligación ante la democracia, pasando por los que utilizan el pretexto de que nada va a cambiar, que todos los políticos son iguales; hasta los que recuerdan los tiempos en que Argentina estaba privada del sufragio universal.

El 11% de la población argentina -4.603.905 específicamente- supera los 65 años y queda exenta de la obligación de votar en las elecciones nacionales del 23 de octubre. Esto no quiere decir que todos tomen la misma postura y es, justamente, frente a esta situación que se plantea una dicotomía entre quienes deciden seguir votando por placer y vocación democrática y los que, por otro lado, prefieren, resignados, destinar el tiempo en el cuarto oscuro en cosas más útiles, haciendo hincapié en que nada puede cambiar, que todo está perdido en el país.

“No me es una obligación ir a votar, es una alegría. Pienso seguir votando mientras pueda y si no puedo caminar, iré en silla de rueda, pero voy a seguir haciéndolo”, dice Elda Volpe de 80 años en referencia a las elecciones presidenciales de octubre.

A diferencia de Elda, muchas personas que superan la edad obligatoria no creen que sea necesario ir a votar, o simplemente, no quieren hacerlo. Estela Maris, jubilada de 70 años, dice que “ya no tengo ganas de ir hasta una escuela, hacer la fila y votar. ¿Para qué? Si en este país las cosas no van a cambiar”

Las posturas son claramente opuestas. La población argentina mayor de 65 años se caracteriza, en su gran mayoría, por no tener intenciones de voto; justifican su accionar diciendo que no creen en los cambios que prometen y las opciones para elegir son nulas o siempre las mismas, esto los desmotiva y provoca el retiro anticipado de la participación activa en la política.

Juana López, dice que a los 75 años, no siente más la obligación ni la necesidad de levantarse para ir a votar, está indignada y piensa que ya cumplió con sus obligaciones. “No quiero hacerme más mala sangre por cosas que no tienen cambio, lamentablemente, no tenés opción, porque no tenés a quien votar. Nadie te representa y es feo sentir eso a mi edad”, agrega.

También existen las personas que son conscientes de la vida en democracia, y recuerdan los tiempos en los que en Argentina no se podía ejercer el sufragio universal. “Nosotros antes teníamos el voto prohibido y muchos jóvenes no saben lo que es eso. Para nosotros poder elegir es una fiesta, no una obligación”, confiesa Elda Persano. Su hermana, Matilde, de 75 años, asiente con la cabeza al recordar los años en los que la dictadura militar irrumpió en el país y no podían elegir a sus representantes.

“Quizá todos debamos tomar conciencia de las cosas, y aquellas personas que no quieren votar más deberían recurrir a la memoria, que a muchos les falta”, dijo Argentina Gonzaléz de 85 años. Por otra parte, Josefa Seriame de 80 años, dice que no se olvida de lo que pasó en la época de la dictadura pero está cansada de seguir luchando por algo que no cambió ni cambiará. “Las personas son lo que uno ve, y lamentablemente, en estos políticos no veo nada que quiera para mis nietos, porque yo ya no pienso en mi, sino en ellos”, agregó.

Si la esperanza de vida en Argentina llega casi a los 80 años y se estima que la población continúe aumentando en los próximos años, ¿Cuántas personas habrá que dejen de participar en las elecciones? Pero, lo que en verdad habría que preguntarse es ¿Cuántas habrá que seguirán diciendo presente?

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